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Autor: La Chica llamada Cuervo

Vida en tus Ojos.


Mi madre una vez me dijo que había vida dentro de mis ojos, que lo podía percibir cada que me miraba fijamente. La idea me había llegado a obsesionar, a decir verdad, no hacía más que mirar mis ojos desde distintos ángulos, quería encontrar a esos seres vivientes dentro de ellos y pedirles que se marcharan de mi cuerpo.

Al dormir los sentía caminar debajo de la piel de mi cara como si marcharan al mismo ritmo, diminutos pasos caminando sobre mi cráneo, sobre los huesos de mis pómulos, seguramente calculando el perímetro para asentarse ahí por siempre.

Me golpeaba la cara para aplastarlos y podía sentir sus aún más diminutos huesos crujir debajo de mis dedos. Reía orgullosa, uno a uno iba a acabar con ese ejército que vivía detrás de mis ojos.

Tonta creía que de esa forma me iba a deshacer de ellos, al amanecer los sentía nuevamente caminando, pero ahora los engendros habían conseguido llegar hasta mi cerebro. Los podía escuchar dentro comiendo, masticando con la boca abierta grandes trozos de mi cerebro y absorber mi sangre como si fuera agua potable.

Grité desesperadamente al sentir el dolor de las pequeñas mordidas y los sonidos de mordiscos, mis gritos trajeron a mi madre.

-¿Qué está pasando? - Preguntó alterada al encontrarme tirada en el suelo sosteniendo mis sienes.

-Son ellos, ¿los puedes ver?- pregunté abriendo los ojos y dejándola ver hacia adentro, ella debía de poder verlos.

Asustada por mis gritos salió corriendo de la habitación buscando un teléfono , pero, ¿quién podía ayudarnos en esto? Solo yo.

Corrí a la cocina y tomé un cuchillo muy filoso, volví al cuarto y ahí frente al espejo hice una cortada en la parte inferior de mi ojo derecho. Vi salir un líquido blanco junto con chorros de sangre. Sentí los fluidos caminar por mi rostro, pero no era suficiente, empuñé el cuchillo hacia adentro hasta lograr sacar el ojo por completo.

Podía escuchar sus gritos desesperados al ser expulsados de mi cuerpo. Procedí con el segundo ojo guiada por mi tacto hasta que también me deshice de él.

No paraba de reír y desbordarme de orgullo: los había desterrado de mi cuerpo.

Ahora mis cuencas están vacías y sólo las habita el recuerdo de la vida que una vez hubo ahí.

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