Angustia
Lo vi en una venta de garage y, al principio me pareció feo, luego lo miré bien y le descubrí algo, no sé, solo llamó mi atención. Era tal vez por los colores llamativos, una combinación de violeta, negro, rojo y anaranjado. Luego vi que había una figura, la silueta de una persona, que se escondía entre los colores. La pintura me pareció buena. La imaginé colgada en mi habitación para que combinara con mis muebles y las cortinas.
La llevé a mi casa sin pensármelo demasiado.
A mi esposo no le gustó, así que no la coloqué en el dormitorio, la puse en el estudio que casi es solo mío.
A partir de entonces mis sueños se volvieron raros. De hecho, los recordaba todos, situación aún más extraña. Me acuesto todos los días agotada y me levanto con pocas ganas de iniciar mi día, por tanto mis sueños se me olvidan en cuanto abro los ojos.
Mientras endulzaba mi café en la hora de descanso, recordé el sueño de esa noche. Había visto a una mujer, muy hermosa por cierto, que me llevaba de la mano hacia una mesa de piedra. Una compañera llegó a hacerme compañía, interrumpió mis pensamientos con un comentario sin importancia sobre el cotilleo que tenían desde la mañana. Como me preguntó decidí contarle el sueño.
—Ay, amiga —comentó burlándose—. Necesitas sexo, eh.
El siguiente sueño se puso más intenso. Esa misma mujer me subió a la mesa de piedra y se quitó la ropa. Todavía tengo en mi memoria los grandes pechos y sus labios rojos.
Me sentí muy incómoda durante el día porque me había gustado otra mujer, aunque solo fuera en un sueño.
Pero debí sentirme incómoda por otro motivo: el hecho de que se estaba volviendo un sueño real.
No solo me despertaba asustada, amanecía con rasguños y marcas, y con moretones. Incluso regañé a mi marido pero no tenía caso, yo misma sabía quién me lo había hecho, y no había sido él. Había sido ella.
Todos los días me despertaba con una opresión en el pecho y muchas ganas de llorar.
Y no lo comprendía, estaba desesperada.
Sé que desde antes de comprar la pintura no me gustaba ir a mi trabajo, pero desde que la llevé a casa todo se fue a la basura: mi matrimonio, mi trabajo, mi vida.
Mi esposo se negó a vivir conmigo desde que le hablé de mis sueños. Mi trabajo corre peligro también, porque no puedo dormir bien y debido a eso he estado llegando tarde, aparte de que ya no soy una trabajadora ejemplar.
No sé que es lo que me está sucediendo, pero no puedo culpar una pintura.
Es ridículo.
Soy ridícula.
No puedo culpar a la mujer de mis sueños por despertarme sin energía, golpeada y sin ganas de vivir.
Ya no sé que hacer, no sé cómo seguir.
Y llorar no me ayuda en nada.
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