En ausencia de la Señora V
Pude ver en medio de la tormenta la luz del cuarto de invitados encendida, la puerta del garaje no se abrió, así que me bajé del auto. Mi blusa azul de seda quedó empapada. Splash splash… Intenté abrir la puerta desde el interior, no pude. Splash splash… Las luces del comedor no funcionaron. Auuuuuu el viento colándose por la ventana. La oscuridad en la casa. Los pasos livianos en el cuarto de invitados, yo sola. La radio de bulbos se encendió. Subí las escaleras. La luz del cuarto se escapaba por el marco de la puerta. La oscuridad.
¿Señora V? La radio se apagó. ¿Señora V? La silueta de unos pies en el marco de la puerta. ¿Señora V?
La puerta se abrió, oscuridad. Las luces de la casa, a excepción de la que había permanecido prendida, se encendieron. Después de esa última carta, la Señora V guardó silencio aunque su presencia junto a mí fue cada vez más fuerte en esas semanas. Después de las seis de la tarde era mejor no salir de casa. Si lo hacía era imposible entrar. Poco a poco fui alejándome del mundo, mis pacientes comenzaron a llegar a casa y debido a mis visiones regresaron. Se hicieron adictos a mí.
A cambio de esas visiones, los sueños se sacrificaron y llegaron las pesadillas. Comencé andar los mismos pasos que me guarían aquel hombre. Fui víctima del corazón atormentado de la Señora V y comencé temer que fuera capaz de leer mis sentimientos. El mundo de los vivos pertenece a los vivos, me dije. ¿Qué pasaría si lo encontraba? Ella se apropiaba de mi vida, de mi casa y mi corazón. Nada me pertenecía a mí. Tres veces dije su nombre, aunque sabía que no debía hacerlo.