Un lugar para las muñecas
El Cuervo había llenado la habitación de muñecas rotas con corazones pesados. Había tantas que ya no cabía nada más que ellas y su cama. La idea de salvarlas lo había obsesionado, ya no pensaba en nada más.
Las tristezas lo habían visitado pero al verlo tan distante se fueron a jugar a otra parte. Su mirada estaba fija en ellas y las abrazaba tanto que parecía que iba a romperlas.
Los demás miembros de la Morgue lo visitaban intentando persuadirlo de salir de su habitación, pero ya no escuchaba a nadie más.
La casa se estaba volviendo un lugar más silencioso.
Él juraba que podía escuchar a las muñecas llorar y quería detener su llanto. Pero no había nada que él pudiera hacer.
El llanto se estaba volviendo más y más fuerte hasta que le impedía dormir.
El Cuervo estaba casi deshecho.
La Señora V escuchó cómo la vida se estaba escapando de ese cuarto y decidió actuar. Ella sabía el camino para llevarse a esas muñecas a su lugar de origen; así que entró cuando él estaba inconsciente en la cama y las tomó a todas en varias cajas. Tras pronunciar una palabra el suelo se abrió para ella y viajó al Inframundo.
Ella sólo tenía permitido llegar hasta ahí, si iba más lejos podía quedarse atrapada, así que dejó las cajas frente a la puerta del infierno y volvió a la Morgue.
Las muñecas fueron llevadas de vuelta adentro. Fueron colocadas cada una en su caja donde estaban destinadas a pasar la eternidad encerradas con el ser que más odiaban: ellas mismas.
A la fecha seguimos contando la historia de aquel cuervo que e
scuchó nuestro llanto y bajó hasta acá por nosotras. Del pobre cuervo al que casi lo arrastramos al fuego, el que nos hizo creer que todavía hay esperanza, inclusive aquí.