Ana vivía al revés. Sabía que su nombre se pronunciaba igual si se decía de cualquier forma, entonces decidió ser así.
Vivir con Ana era como verse en un espejo, el mundo se veía al contrario, como si se hubiera volteado la realidad.
Comenzó a peinarse con el cabello frente a su cara, a caminar de espaldas y ponerse la ropa hacia la espalda.
Al poco tiempo olvidó su rostro, su cuerpo se acomodó en reversa, pero su nombre permanecía siendo el mismo.
Ahora Ana vive en una caja.
Enterrada boca abajo grita porque ha olvidado cómo se ve de frente.