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Rigor Mortis

CANIBALISMO Y AMOR

EDGARD, EL COLECCIONISTA

CANIBALISMO Y AMOR

Rosalía parecía tener una misión específica en la vida: mortificar a su esposo.

Ella guardaba un secreto: se había casado con él al escuchar a escondidas una conversación familiar, donde comentaban que Jonás heredaría una gran fortuna al morir su madre.

Nada indicaba que en esa casa hubiera dinero, pero la avaricia de Rosalía la llevó a fiarse de un chisme fuera de contexto para atrapar y seducir al muy poco agraciado Jonás, que se consideró bendecido al poder amar a la chica más bonita del pueblo.

Cuando su humilde empleo de oficina le permitió ahorrar un poco, se casó con la joven, y pasaron a vivir en una casita sencilla, pero agradable, que la madre les regaló por la boda.

Rosalía consagraba todo su encanto y gracia en hacer sentir en el cielo a Jonás, que era más que feliz, y se conmovía hasta las lágrimas cuando ella le preguntaba tan a menudo cómo estaba la salud de su madre.

Esta pacífica rutina siguió durante diez años, en donde la codicia de Rosalía aumentaba día a día.

Por fin llegó el momento que ella anhelaba con todo el corazón: falleció la progenitora de Jonás.

La nuera lloró copiosamente, abrazando a su esposo, durante las exequias. Nadie sabía que era de felicidad.

Cuando les llamaron de la escribanía que llevaba los bienes de la señora, Rosalía se retorcía de gusto, y le costaba reprimir el gesto de gusto que le nacía de su negro corazón.

Vestida de riguroso luto, y tomando la mano de su marido, escuchó lo que el escribano tenía que decir sobre la herencia.

Lo que escuchó la dejó en un estado casi catatónico.

La buena señora legaba su casa, a dividirse entre los cinco hermanos, al igual que una magra cuenta de ahorros, casi risibles.

Lo que Jonás recibía personalmente, y sin división era la Biblia de la madre y su gato negro, Belcebú.

Al llegar, casi sin sangre en el rostro, a su casa, Rosalía le mostró a su esposo su verdadera cara.

¡Eres una miserable rata! ¡Será por eso que tu madre te dejó el gato inmundo! ¡Me casé contigo esperando una cuantiosa herencia, y mira lo que te dan! ¡Rezaré con esa ridícula biblia vieja para que sufras lo que te quede de vida!

Jonás estaba estupefacto.

Con un hilo de voz le preguntó a la arpía que tenía frente a sí:

¿Quieres divorciarte? Te concedo el divorcio en cuanto me lo pidas, y te dejo todo lo que tengo. ¿Te contenta eso?

¡No! ¡No te daré el divorcio, hasta que me sienta resarcida de este engaño!

Y así fue.

Ella se encargaba de amargar la vida de Jonás día a día.

Le hizo perder a sus amigos. Lo distanció de sus parientes. Le anunció que había abortado seis veces para no gestar ni parir vástagos que se parecieran mínimamente a él, ya que le tenía un asco profundo.

Lo recibía con palabrotas soeces. Dejaba basura por toda la casa para incomodarlo, aunque ella también soportara esa incomodidad.

Un día, Jonás llegó con una energía diferente a su caótico hogar.

Escucha bien, mujer. Te voy a liberar de mi presencia. Pero te advierto que viviré en ti, pese a los niños que dices haber abortado. Y no podrás librarte de mi impronta.

¡No me importa nada de lo que me digas, patético perdedor!

Pero Rosalía comenzó a inquietarse cuando Jonás desapareció. Se percató, con sus retorcidos sentimientos, que extrañaba, vaya a saber por qué, a su mortificado esposo.

Realizó la denuncia.

Entre tanto, la mujer empezó a desmejorar.

Perdió el apetito.

Lo único que su estómago parecía tolerar era agua, que le sabía extraña, y la ponía nauseosa.

Cuando se bañaba, en el vapor de la ducha creía sentir el olor horrible que creía percibir también en el vaso, cuando abría el grifo para beber y lavar.

Finalmente fue al médico, que le dijo que estaba intoxicada.

Le aconsejó no consumir carne.

Ella, alarmada, le dijo que hacía semanas que no la comía. Vivía a tés y magros pedazos de pan, cuando el estómago no le hacía vomitarlos.

Entonces el doctor le aconsejó inspeccionar su casa: podía haber una toxina que pasara desapercibida, y le facilitó unos trabajadores para esa tarea.

Ya en plena faena, los hombres buscaron rincón por rincón del hogar, donde efectivamente sentían un halo a putrefacción.

A uno de ellos se le hizo evidente al usar el baño. Al hacer la descarga del inodoro, el agua olía asqueroso.

Entonces, subieron al techo, y procedieron a abrir el tanque que proveía el líquido elemento de la casa, traída por una bomba eléctrica desde un pozo.

Al destaparlo casi se desmayan por la peste, y por la visión de lo que encontraron allí.

Un cadáver sumamente descompuesto, agarraba en lo que quedaban de sus manos una pastilla gigante de clarificador, para no delatar por el color lo que iba desprendiendo el tanque por las cañerías: agua con sopa de Jonás podrido. Porque el cuerpo era de él. Lo confirmaba una carta pegada en la tapa interna del tanque, dirigida a su esposa.

Cuando se lo anunciaron, Rosalía les pagó, generosamente, les pidió que avisaran a la policía, y en cuanto se retiraron, leyó la carta con las manos temblando.

´´Mi querida esposa: tal como te prometí, te libero de mi odiosa presencia, que no puedes tolerar después de saber que no voy a ser rico jamás.

También cumplo con lo que te de dije: pasaré a formar parte de ti. Me beberás y comerás, incorporado a tus alimentos. Te bañarás con mis restos. Serás tan caníbal conmigo muerto que cuando estaba con vida.

Te despide con mucho amor, (juro que te amé mucho, hasta que me rompiste el corazón), Jonás´´.

Para cuando llegó la policía a la casa de Rosalía, la encontraron colgada en su habitación. A sus pies, la biblia heredada de la suegra yacía abierta en Corintios.

Ahora me toca preparar el velatorio de la infeliz pareja.

No tendré mucho trabajo, ya que a pedido de los allegados, y por simple sentido común, será a cajón cerrado.

Por cierto: el comisario Contreras me trajo para mi colección la biblia en cuestión.

Tiene una particularidad muy especial: al abrirla, o dejarla caer, siempre muestra el mismo pasaje. Corintios, 13. ´´La preeminencia del amor´´.

Ese amor que le faltó a Rosalía, sustituido por codicia, y a Jonás, que no le alcanzó para perdonar.

Les deseo un muy buen fin de semana, y mucho amor para dar y recibir en su vida.

Y si no me creen lo de la biblia, pasen por La Morgue, y aprécienla en mi colección.

Vale la pena.

Los espero.

@NMarmor

Edgard, el coleccionista



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