Cargar con un muerto
El miedo tiene el poder de volvernos otro ser, se puede apoderar de nosotros y nos permite crear un fantasma que nos continúe acosando a pesar de que él ya no esté aquí, nos deja crear un trauma...un recuerdo.
El Cuervo observaba de lejos cómo la chica caminaba por el mundo con los ojos vendados. Ella había aprendido esta técnica en su casa, comenzó practicando en su habitación, luego pasó al pasillo, hasta llegar al momento en que podía caminar por toda la casa y bajar las escaleras sin ver nada; la oscuridad ya era parte suya.
No tardó mucho en arriesgarse a salir de su casa de esa forma, le encantaba la idea de cerrar los ojos y dejarse llevar, caminaba en diferentes direcciones, había llegado algunas veces al jardín de los vecinos, otras se había caído en un charco, pero todas esas experiencias terminaban en una gran risa que salía de su cuerpo al creer que el juego iba bien; pero como todas las historias que llegan a la Morgue, algo tenía que salir mal con esta chica.
El juego comenzó de día, ella se cubrió los ojos con la venda y salió caminando de su habitación, bajó la escalera (24 escalones), caminó hacia la salida (14 pasos), abrió la puerta y al sentir el sol sobre su rostro sonrió, lo estaba logrando. Un paso, otro paso y la chica no notó cuando se desvió de su camino habitual. Por más que caminaba no sentía que estaba recorriendo otro trayecto, hasta que sus pies chocaron con una rama y cayó en un hoyo.
El lugar era muy húmedo y oscuro, pero no estaba deshabitado, dentro de él vivía un monstruo de dientes filosos y lengua rasposa, él se acercó a la chica y encajó sus dientes en una de sus piernas y la sangre comenzó a brotar sobre los colmillos afilados del ser. La chica gritó, pero no había nadie para escucharla. Se descubrió los ojos y vio al monstruo, ella conocía ya a un monstruo, pero no era igual, nunca había visto ese morbo en los ojos de alguien, el monstruo lamió su herida mientras le repetía que ella jamás lo iba a olvidar, que cada que viera su cicatriz lo recordaría. La chica volvió corriendo a casa con los ojos descubiertos, tomó un baño y limpió la herida, pero esta no se desvanecía, vio la venda y la tiró a la basura, ya no tenía sentido. Al sentirse insegura optó por esconderse debajo de su cama, ahí estaba el Cuervo, su propio monstruo. La oscuridad del Cuervo la cubrió hasta que ella pudo dormir, pero al despertar, el otro monstruo estaba ahí debajo de la cama con ella, por más que el Cuervo trató de explicarle que eso no era real, que era sólo un recuerdo, un trauma, fue imposible, la chica jamás olvidaría a aquél muerto que la marcó por siempre.
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