El Encierro, parte 2
Después de un tiempo los huesos del cuervo se empezaron a fracturar. Al poco tiempo hasta pensar en ello le dolía, entonces lo supo: tenía que salir de la jaula.
Dio un paso fuera y sintió cómo el aire le empujaba las plumas. Era demasiado tarde para rendirse. El piso fuera de la jaula se sentía distinto, éste era un mundo al que él no estaba acostumbrado.
Le dolía volar así que caminó, pensó en ir tan lejos que la jaula nunca lo pudiera volver a encontrar,
Cada paso se sentía como una victoria, no importaba que sus huesos crujieran o que las plumas se debilitaran, para él era un avance.
Llegó tan lejos que la jaula se veía pequeña desde ahí, se sintió enorme y extendió sus alas negras con orgullo. Vio los huesos de sus piernas, vio sus pies lastimados y entonces entendió que la jaula no era quien lo mantenía prisionero.
Estaba en el punto más alto que conocía, cerró los ojos y se dejó caer.
Cuando estaba a punto de caer al suelo, sus alas se abrieron y de nuevo volvió a volar. El aire fortaleció sus plumas.
Por fin era libre.
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