Eloisa
Eloisa le tenía miedo a la Muerte.
La escribía y la llamaba con una M mayúscula porque para ella, era un nombre y venía con toda una personalidad.
A pesar de que le temía, a menudo hablaba de ella y la buscaba en distintos sitios; imaginaba su rostro, su cabello largo y negro, y sobre todo imaginaba una sonrisa tranquila y burlona en su rostro.
Había visitado varios cementerios buscándola ahí, sin embargo, cuando llegaba a un panteón, la Muerte ya se había ido, dejando sólo un recuerdo.
- La Muerte no viene por acá - le informó uno de los veladores del panteón- ella no se pasea por las tumbas, aquí no hay nada que le interese, a ella le gusta la vida.
Eloisa empezó entonces a buscarla en distintos lugares, dedicó las noches a esconderse en callejones oscuros donde por segundos la llegó a escuchar, la visitó en hospitales, en hogares abandonados, sin embargo sólo veía un pequeño destello de quien realmente era. Sólo alcanzaba a escuchar una risa a lo lejos o ver su cabello negro agitarse con el viento. La chica sólo conocía su despedida.
En los libros encontró una explicación más clara sobre ella y hasta una imagen, pero ninguna la convencía, no se podía hacer a la idea de que la Muerte era un esqueleto o una sombra, ella estaba convencida de que era una mujer con quien se podía dialogar y llegar a conocer; así que, al poco tiempo de estudio llegó a la conclusión de que si quería conocerla, debía de llamarla ella misma.
Arregló su habitación con todo lo necesario: un frasco con unas gotas de veneno y un espejo frente a ella por si acaso la Muerte llegaba de espaldas.
Bebió del frasco y cuando la última gota cayó en sus labios, aparació Ella por detrás abrazándola del cuello. Vio la sonrisa, el cabello; Eloisa sonrió al saber que estaba en lo correcto, trató de tomarla del brazo, pero la Muerte la recostó sobre la cama, miró sus ojos, era aun más hermosa de lo que creía, así que trató de besarla.
La Muerte y Eloisa, pasaron lo que se sintió como una eternidad juntas, sin embargo, para la Muerte, fueron unos instantes. En cuando la chica dejó de respirar, el coqueteo había acabado, así como su interés en ella. Levantó su cuerpo y lo cubrió con una sábana negra, misma que usó para dejarla aquí en la puerta de la Morgue; yo la recibí, invité a la mujer a entrar a la casa; juntas, bebimos un vino con unas gotas del veneno de Eloisa y entre ella y yo comenzó un cortejo que se volvería eterno.
Al día de hoy los demás monstruos me preguntan porqué estoy tan obsesionada con la Muerte, cuando no se dan cuenta que la obsesión es con la vida, ya que mientras haya vida en mí, ella seguirá regresando.
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