Hambre
Diana comía antes de dormir.
Todas las noches tenía una rutina de bajar a la cocina, abrir su refrigerador y llenar su boca de toda la comida que ahí cupiera, sólo así podía saciar un hambre descontrolada que vivía en su cuerpo y podía dormir. Las noches que había intentado no hacerlo, el hambre no la dejaba descansar y se encontraba a sí misma caminando sonámbula por la casa, buscando qué comer.
Por más comida que entraba a su cuerpo, Diana seguía manteniendo el mismo peso, la comida se consumía en su interior y la dejaba con hambre unas horas después.
Su familia se preocupaba de verla comer tanto, el gasto que tenían que invertir era exorbitante pero Diana no podía controlar su hambre, y en algunas ocasiones, los antojos que se manifestaban en ella.
Un día intentó no hacerle caso a su antojo, decidió no comer lo que su cuerpo le pedía, fue un error terrible; a los pocos minutos fue como si su cuerpo creyera que lo estaba engañando y la comenzó a lastimar. El dolor fue tanto que gritó y se prometió a sí misma nunca volver a pasar por eso.
Los días pasaron y Diana aprendió a mantener su necesidad en secreto, creyó que no había por qué comentarlo, hasta que el hambre la siguió hasta fuera de su casa y se vio a sí misma comiendo un pastel a mordidas llorando porque ni todo el dulce de ese pan podía saciar su estómago. Toda la gente que la vio reía mientras la veía comer, algunos inclusive la grabaron. El hambre se estaba volviendo ahora una carga.
Su mamá, al no saber qué hacer con su hija triste, la convenció de encerrarse en su habitación por el mayor tiempo posible, le prometió que pronto la gente olvidaría el tema y que si ella se lo proponía, poco a poco su estómago se iría haciendo más pequeño y no tendría tanta hambre.
Diana aceptó sin saber que al decir que sí, su madre cerraría la puerta con llave por fuera.
El hambre llegó como humo que se cuela por debajo de la puerta y la empezó a marear. Quiso llorar pero no tenía energía para hacerlo, sólo dolor. Gritó desde su habitación que la dejaran salir, pero todos tenían instrucciones de ignorarla, por lo que nadie fue a su rescate cuando su estómago se abrió y salieron garras desgarrando su piel.
Diana, casi inmóvil por el dolor, vio a esa criatura abriese paso por su cuerpo, la miró fijamente y se vio reflejada en su mirada. El monstruo era un ser muy pequeño, tenía un esqueleto deforme y encorvado, pero su rostro era igual al suyo.
Con la fuerza que todavía tenía, se incorporó, tomó al monstruo por el cuello y lo asfixió. Una vez que hubo terminado con la vida de aquel ser, tuvo una necesidad increíble de devorarlo, así que lo empezó a comer. Mordida tras mordida empezó a sentir en su boca lo que realmente era su sabor, lo que era su piel y su propia sangre, se deleitaba por sentirse satisfecha, ya no había más hambre.
A la mañana siguiente, su madre abrió la puerta de la habitación, llevaba consigo el desayuno, pero encontró el cuerpo de Diana lleno de mordidas y su boca cubierta de sangre; durante una alucinación la chica se había devorado a sí misma.
Actualmente Diana se encuentra en la Morgue con nosotros, tiene acceso ilimitado a todos los dulces que ella quiera comer, las mordidas ya sanaron, sólo tenemos que mantener distraída al hambre para evitar cualquier peligro.
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