La Muerte de una Tristeza
Primera parte: Autor: La Chica Llamada Cuervo
Una de las Tristezas ha muerto, bastó un grito aterrador para anunciarlo y despertarnos desde el sueño más profundo. Las otras dos Tristezas nos miraban desde la orilla de la cama con sus ojos en blanco y las bocas abiertas emitiendo un grito desgarrador. No tenía sentido, pero no había necesidad de ello, sólo había oscuridad y dolor.
El pequeño y delgado cuerpo yacía en el suelo de nuestra habitación, no mostraba signos de violencia, pero ya no había vida en ella. La levantamos y la recostamos en la cama, después de esto, sus hermanas cesaron el sonido y se hincaron a nuestro alrededor. Sus ojos blancos brillaban desde el suelo, parecían dos linternas guiándonos en esta pesadilla.
La Tristeza muerta se veía tranquila, como todos los recién muertos, como si la Muerte fuera bella y llena de paz. Su piel seguía tibia, gracias a eso concluimos que llevaba pocos que pasó.
El Cuervo decidió llevarla a la Morgue para poder analizarla, la cargó y las demás Tristezas nos siguieron caminando detrás de él.
El pálido cuerpo de la chica ahora estaba recostado sobre una plancha de metal. Ya estaba fría y ahora, después de su muerte, ella se veía menos como un monstruo. Había dejado de ser ese ser aterrador que llevaba consigo la oscuridad, para volverse una chica, sola en una plancha de metal, descansando de toda la vida.
El Cuervo comenzó a quitarle la ropa para poder examinarla, su piel se estaba endureciendo y parecía resistirse cuando una jeringa la pinchó.
En todo su cuerpo no encontramos señal de que algo la hubiera matado, así que tuvimos que ir más lejos y abrirla. Fue entonces cuando la autopsia inició.
Por dentro, sus órganos aparentaban los de cualquier otra chica, sin embargo, cuando llegamos a su estómago, vimos que estaba cubierto de manchas negras. El Cuervo lo extrajo y lo colocó en otra bandeja. Esto fue lo que la mató, pensé, sin embargo, no lo dije en voz alta, sólo me limité a verlo de lejos. Las dos hermanas lo tocaron y lo abrieron, de su interior salió un líquido negro y espeso que se mezclaba con la sangre; se mancharon las manos con éste y de nuevo comenzaron a gritar. Todos ahí entendimos que la Tristeza había sido envenenada.
Cosimos su cuerpo y lo preparamos para el velorio. Cuando comenzó a amanecer las Tristezas se alejaron y se escondieron nuevamente dentro del clóset de la habitación.
Estábamos solos con ella, con la Tristeza muerta, el Cuervo y yo dentro de él, estiré mis brazos y así sus alas se abrieron y llenaron el lugar completo. Ahí, en el lugar más frío, nos encontramos juntos y lo supe: nosotros la habíamos envenenado.
Segunda Parte:
Autor, Edgard el Coleccionista.
Soy Edgard, el coleccionista, y recibí a la difunta para velarla.
Lo primero que hice fue invocar su espíritu, porque sentía una energía malsana que me hacía temblar las manos, e impedía trabajar tranquilo.
Antes de terminar mi plegaria, el alma se corporizó frente a mí, más negra que el hematite o el carbón. Tal era su negrura, que, al mirarla daba la impresión de entrar a un plano diferente, una realidad distorsionada.
—Niña, necesito saber el porqué de tu naturaleza, y cuál fue la causa de tu muerte.
Con dulzura y respeto, pese al mareo que me provocaba su intensa oscuridad, le impuse mis manos, y una sensación helada me brotó en el pecho, abriéndose como una mortuoria flor de sangre putrefacta. Entonces, sentí la historia del espectro.
Ella no siempre fue una Tristeza.
Hubo un tiempo en el que era una muchacha normal, como cualquier otra.
Quizás, demasiado sensible, su alma se mostró permeable a los sentimientos de los demás, y les dio entrada sin discriminar cuáles debía bloquear.
Y la maldad, la envidia, el odio y rencor ajenos se le colaron por los poros de la piel.
Demasiado conmocionada, comenzó a mutar en un ser fragmentado.
Se transformó en Tristeza, y como no cabía tanta dentro de sí misma, se dividió, dándole vida a sus pares.
Las otras Tristezas cobraron tal fuerza y entidad, que la acompañaron el resto de su breve existencia, retroalimentando su pena, siempre sobrevolada por la energía oscura del Cuervo.
Murió envenenada.
Pero, contrario a lo que el Cuervo pensaba, ni él ni las otras tristezas fueron las que le quitaron la vida. Solo catalizaron lo que ella mismo comenzó a hacer, a escondidas de sus hermanas.
Poco a poco, se alimentó con el dolor más negro que flotara en el éter.
Todas las penas y angustias que la rodeaban se volvieron su banquete secreto, hasta que esa corrosiva masa le pudrió las rígidas entrañas.
El espectro, aliviado de compartir su historia, fue decolorándose, mostrando a una chica normal, pálida y frágil.
Ella era la Tristeza de no haberse amado nunca a sí misma, y desperdiciado su amor en los demás.
Sus hermanas eran las Tristezas de la negación y la imposibilidad de perdonar.
La aparición sonrió tímidamente, y antes de elevarse, me una pluma del Cuervo, lo último que quedaba de su negrura.
Fuera de la escena, las otras Tristezas comenzaron a sentirse inconsistentes, y a olvidar absolutamente todo, hasta quedar vacías.
Un soplo de aire las desarmó como si de polvo se tratara, y jamás hubieran existido.
Luego de despedir a la Tristeza muerta, le dÍ un lugar de lujo en mi colección a la pluma del Cuervo.
Aunque mirarla se me hacía casi adictivo, evitaba hacerlo: la oscuridad que emanaba me hacía ver el mundo distorsionado, y no quería tentarme de entrar al laberinto de sombras que proyectaba, con su aterciopelada textura…
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