La tortuga
Hace unos años, quizá unos 30, mis abuelos viajaron a un pueblo cerca de Peña de Bernal.
Estuvieron unos días en una casa cerca de un río, me contaron que se iban a bañar por las mañanas en él y que por las tardes regresaban para mojar sus pies y ver el atardecer.
En uno de esos días mi abuelo se percató de la presencia de una pequeña tortuga, me dijo que era más pequeña que la palma de su mano y siempre que ellos iban al río, la tortuga salía de su hábitat como si quisiera ir a saludarlos.
Así pasaron sus días en ese pueblo, hasta que llegó el momento de despedirse del bello lugar, fueron como de costumbre a mojar sus pies y la tortuga apareció a unos minutos de su presencia. Mi abuelo bromeando le empezó a hablar y decir que se fuera con ellos a la ciudad, mientras mi abuela reía por las ocurrencias de él, vieron como se fue acercando más y más hasta donde estaban. Las risas habían terminado, pues la tortuga los miraba como si pudiera realmente entender lo que le habían dicho y estuviera dispuesta a hacer el viaje.
Mi abuelo la tomó entre sus manos y para el regreso le preparó un balde con poca agua para que pudiera resistir el camino.
Llegando a la ciudad los hijos que tenían en ese entonces corrieron a ver y tocar a la nueva criatura de la casa, por lo mismo mi abuelo decidió guardarla en su cuarto en un lugar seguro lejos de la curiosidad de los pequeños. Así vivió con ellos los siguientes años, él la sacaba de vez en cuando para que nadara un poco más en una tina que preparaba en el patio especialmente para ella.
Cada año crecía un poco más y para cuando yo tenía 5 años, la tortuga ya tenía el tamaño de ambas palmas de mi abuelo. Siempre me vio acercarme a ella con delicadeza y miedo a lastimarla si llegaba a tocarla, así que decidió compartir conmigo los cuidados que empleaba para que ella estuviera tranquila.
A mis 12 años se nos escapó la tortuga por unas semanas, la estuvimos buscando por toda la casa, después con los vecinos y las calles cercanas. Casi a la par de su extravío, mi abuela entró al hospital por fallas cardiacas, estuvo internada unos días, murió a la semana de llegar a urgencias.
Fue un tiempo muy gris, la casa se volvió muy silenciosa y mi abuelo se volvía más solitario.
Cuando terminó el tiempo de rosarios, misas y ceremonias, me quedé unos días más acompañando a mi abuelo, lo obligaba a pararse de la cama para desayunar y tomar sus medicamentos, a comer y también a cenar, a veces salíamos a caminar un poco para que divagara su mente fuera de tristes pensamientos.
El último día que estuve en la casa, me despedí de él con mucha tristeza, no quería irme, pero debía volver a la escuela, al abrir la puerta del garaje para emprender mi trayecto, la tortuga estaba ahí, en la banqueta cerca de la puerta. La cargué con cuidado y con algo de prisa y emoción se la enseñé a mi abuelo que se había vuelto a acostar, le dije que su amiga había regresado después de tanto días perdida.
Estaba tan asombrado como yo lo estaba, pues durar tanto tiempo en esta ciudad siendo una tortuga, debe ser un milagro.
Su regreso cambió el ánimo de mi abuelo, volvió a prepararle su tina para poder nadar más profundo, se levantaba temprano para ver cómo se encontraba ella. Los siguientes meses fueron poco a poco mejorando su tristeza.
Al año de la muerte de mi abuela, me quedé una tarde platicando con mi abuelo sobre su recuperación después del lamentable suceso. Me dijo que la tortuga había tenido mucho que ver, pero que si me lo contaba quizá no le creería y lo empezaría a ver como un loco de mente. A lo que respondí que siempre habíamos tenido muy buena conexión y que él sabía que jamás pensaría algo así aunque me contara cosas de otros mundos.
Eso lo reconfortó y me contó lo que había pasado.
La primera vez que vieron a la tortuga ellos se encontraban muy felices en el río, hablando de la vida y de lo que pensaban, posteriormente de esas pláticas la tortuga se les acercaba sin miedo y hasta con curiosidad. Cuando reapareció después de la muerte de mi abuela, mi abuelo pasó mucho tiempo con la tortuga, dice que lograron una forma de comunicación un poco inusual, no me dio muchas explicaciones solo debía tener en cuenta que ellos se entendía. Con ello la tortuga le dijo que desde que los vio pudo entender la belleza del alma humana, que todavía había esperanzas para su especie pues habiendo gente como ellos, se podrían seguir reproduciendo sin correr peligros. Algunas de su especie eran mandadas especialmente para ver el curso de la vida y encontrar personas como ellos para guiarlos toda su vida y más allá de ella. Por ello desapareció cuando mi abuela se puso mal, la estuvo acompañando en todo su trayecto hasta llegar al siguiente nivel, que tampoco supo explicarle cuál es, pero le dijo lo feliz y seguro que debía sentirse por el lugar al que había llegado mi abuela.
Con todo eso logré entender la paz que sintió mi abuelo, aunque no podía creerlo del todo, solo pensaba que si eso lo dejó tranquilo, no debía romper sus esperanzas contradiciéndolo.
Así siguieron los años, hasta hace unas semanas que la tortuga volvió a perderse, me puse a buscar por toda la casa, calles, etc., no pasó mucho tiempo de eso cuando mi abuelo fue internado en el hospital. No quería creerlo, se estaba repitiendo el suceso.
Me tocó irlo a acompañar algunos días en el hospital, los doctores no estaban seguros de qué tenía pero sonaba grave, debían realizar cierta operación para cerciorarse del todo.
La última vez que lo vi antes de la operación estábamos charlando sobre sus ocurrencias y los inventos que a veces realizaba, de repente tomó un tono más serio y me preguntó directamente: “Por favor, dime sin mentiras, ¿La tortuga ha regresado?”. En ese momento el mundo se me vino encima, sabía a lo que se refería y no podía mentirle, así que negué con la cabeza y las lágrimas comenzaron a brotar por mis mejillas.
Me tomó de la mano y me dijo que no debía temer por él ni sentir tristeza, aunque era obvio que iba a ser doloroso para mí y la familia, pero que el siguiente paso iba a ser algo muy hermoso para él.
Intenté quedarme con esas palabras para no decaer los siguientes días.
La operación se realizó y él ya no volvió a despertar, murió días después en la misma cama de hospital donde charlamos sobre la muerte.
Siguieron las ceremonias, los rosarios, las misas. El último día de ellas me quedé ayudando a limpiar y ordenar las cosas, cuando ya me iba abrí la puerta y ahí estaba ella.
La tortuga había regresado, la cogí entre mis brazos con delicadeza y lloré profundamente, al final le regalé una sonrisa y lo único que pude decirle fue “Gracias”.
La llevé a su tina el resto del día y decidí llevarla a mi casa para cuidarla como me habían enseñado.
Ahora mismo está aquí conmigo, aún no logro conversar con ella como mi abuelo me dijo, a veces me pongo a pensar que mi abuelo quizá solo inventó todo eso para sentirse mejor respecto la muerte de mi abuela y para después dejarme esa misma sensación con la muerte de él. La verdad no importa mucho si es o no verdad, porque en el fondo, en mi corazón, quiero que eso sea cierto.
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