LAS ALMAS GEMELAS
Vino a visitarme el comisario Contreras, más pálido y ojeroso que de costumbre.
Aunque el motivo formal de su presencia era para darme aviso de dos cuerpos que traería la morgue judicial en breve, en realidad, deseaba contarme la historia que había tras ellos.
Días antes, Amira, una mujer madura muy hermosa, con cara de agotamiento, llegó a la comisaría para denunciar un crimen que había cometido.
´´_ Maté a mi esposo y a su amante, señor comisario. Si me da un tiempo, quiero dejar
en claro que lo hice por cansancio espiritual ante las mentiras y el abuso de confianza
de mi marido. No fue la infidelidad el móvil.
´´César me había engañado reiteradas veces, arguyendo que su interacción carnal con
otras personas no interfería en nuestra relación, ya que yo era la única depositaria de
su amor. Le planteé, entonces, que con ese argumento, yo tenía también derecho a
acostarme con otros hombres. Me contestó que no: yo en él, decía, había hallado mi
alma gemela, anhelo espiritual que iba más allá del amor.
´´Para ilustrarme sus disparates, citó a Platón, y a los seres duales que fueron
separados, y de allí la búsqueda constante de encontrar a la ´mitad perdida´, mezclando
las ideas del filósofo con el famoso ´hilo rojo´ que nos une con una persona en
particular.
´´Y él, aunque me amaba hasta la adoración, no tenía completa esa parte espiritual
faltante. Sus infidelidades eran, en realidad, una angustiosa e incesante búsqueda
existencial para nivelar la energía cósmica que confluía en su persona incompleta.
´´Quizá por estúpida, o por quererlo demasiado, aguanté la humillación de ser una
cornuda consciente, con cuernos filosóficos, pero cuernos al fin. Pero todo tiene un
límite. El mío fue encontrar a César con mi propia madre en la cama.
´´Mamá era la primera en aconsejarme que le tuviera paciencia y comprensión a mi
marido, que era terrible quedarse tan sola como ella, que abnegadamente renunció a
conocer otros hombres después de enviudar, para dedicarse a mi crianza.
´´Siempre que me lo repetía, yo sentía hasta culpa de haber nacido y frustrarle la vida.
´´Será por eso que al verlos desnudos en mi propia cama, colapsé.
´´Tomé el palo de jockey, (deporte que adoraba, y abandoné instada por César), que
había dejado tras la puerta, con la ilusión de retomarlo algún día, y con una fuerza que
ni yo misma sabía que tenía, le pegué en la cabeza a ambos, pasados unos segundos,
entre el asombro y el espanto.
´´Como quedaron inconscientes por el impacto, pensé en principio que estaban
muertos. Hubiera sido lo mejor. Solo se encontraban desmayados.
´´En ese punto, mi mente se puso en modo automático: lo que recuerdo es como un
sueño. O más bien una pesadilla.
´´Los até a ambos, espalda con espalda, y los amordacé.
´´Cuando salieron de su sopor, les dije que por fin habían encontrado a sus almas
gemelas, y que podían empezar a celebrar, porque yo los uniría, como en el
relato de los seres duales de Platón. Y que, de paso, intermediaría el hilo
rojo del destino, que tan a menudo nombraba César en sus elocuentes monólogos de
instrucción a mi ignorancia espiritual.
Así que tomé una aguja de tapicería, curva, y una lana fina, pero muy resistente, y
los cosí por la espalda, ignorando los aullidos de dolor amortiguados por las tiras de
trapo que obstruían sus bocas mentirosas, errando algunas puntadas por la viscosa y
cálida sangre que hacía mi trabajo difícil y resbaloso.
´´Quedó bastante prolija la costura, pese a las dificultades con mi material de trabajo.
´´Me tocaba darles el toque final: César me había hablado de la energía de
un nirvana ardiente y placentero ante el encuentro del alma gemela.
´´Decidí recrearlo para completar mi obra. Bañé con combustible a la pareja
reencontrada, que se retorcía de dolor y desesperación, y le arrojé un fósforo
encendido.
´´Les di la espalda, tomé mi cartera, y me llegué hasta la comisaría.
´´Eso es todo lo que tengo para contar.
El comisario, en ese punto, tragó saliva, relatando que Amira se desmayó, y que estaba ingresada en un centro de salud mental.
Los efectivos policiales se llegaron a la vivienda del siniestro, corroborando un dato muy curioso: si bien el fuego había mutilado horriblemente a los cuerpos, no encendió ningún elemento de la vivienda, ni siquiera la ropa de cama, sumamente inflamable, donde Amira los había martirizado.
Pero lo más sorprendente, y que no tiene explicación lógica, es que el hilo rojo no se quemó.
Así que, terminadas las pericias forenses, el comisario, asombrado de que lo sacaran intacto de los cuerpos, lo retuvo, y me lo trajo, junto a la aguja enorme y curva que usó Amira para coser a los infieles.
Los tengo ahora en una bandejita de plata, en los estantes de la colección. Cada tanto, comienza a sangrar y brillar, con una enfermiza luz escarlata.
Pueden venir a verlo, acercándose a La Morgue, junto a las demás piezas, cada una con su particular historia.
Quedan invitados. Y una cosa más: vaya a saber por qué, ya no hay infidelidades en el pueblo, ni se mencionan almas gemelas, ni hilos rojos del destino…
Edgard, el coleccionista
@NMarmor
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