Modas Radiactivas
En la Morgue es bien sabido que no solo nos encargamos de recibir cuerpos completos. Hay algunas veces en las que nosotros como embalsamadores tenemos que correr detrás de extremidades saltarinas que saltan entre nuestros rincones oscuros. Hemos tenido que sostener y mantener unidos restos decadentes de lo que alguna vez fue una persona viva, normal y común, hemos tenido que palpar carne verdosa y rígida .
En agosto de 1931 el titular de muchos periódicos predicaba el encabezado de:
''El agua de radio funcionó, hasta que se le cayó la mandíbula''
A inicios del siglo XX se revolucionó una era de avances y modas. Una de ella ridícula si se le piensa ahora fue la de untarse o ingerir productos radiactivos ya que se desconocían las propiedades reales de estos.
Existió desde pastal dental radiactiva llamada Doramad, hasta tarjetas que se incluían en las cajetillas de cigarros para reducir el alquitrán y la nicotina, cosa que, por cierto, no era verdad. Y finalmente Radithor, un invento del pseudo doctor William J.A. Bailey que vendía su producto como la solución máxima a cualquier problema de salud y que operaba como un vitalizante para todo el cuerpo. A pesar de no ser realmente un doctor al haber abandonado la escuela de medicina de Harvard, Bailey le hacía creer a las personas que, SI contaba con título y cedula profesional, para ganar credibilidad y ventas de agua con radio… Botellas nada baratas.
Por su parte Eben Byers, nacido en abril de 1880, desde su nacimiento en una familia acomodada conoció toda clase de privilegios, atenciones y comodidades. A su estatus de atleta se le agregó pronto el de cabeza de Girard Iron Company, compañía que había sido creada por su padre. Al gozar de todo aquello bueno que la vida y el dinero podía otorgarle, Byers no conocía de carencias o de fatalidades, por eso cuando en 1927 cayó de su cama el dolor que para cualquier otra persona hubiera sido una simple molestia inicial para él fue desastrosa y buscó por todos los medios una cura ya que el dolor estaba interfiriendo con sus actividades diarias: el golf y el sexo.
Y William Bailey le tendió soluciones o un alivio ‘’aparente’’, concentrado en una botella pequeña y nada barata. El médico de cabecera de Byers le recetó Radithor y por un tiempo y gracias al efecto placebo le funcionó, la indicación decía que tomara una sola cucharada al día pero pronto esa dosis fue aumentada por el mismo Byers sin supervisión medica y escaló a una botella diaria y al cabo de un año a tres.
Una mañana de 1931 el pánico se apoderó de él al ver como la mandíbula se le caía del rostro. Las altas dosis de radiactividad que operaban en su cuerpo habían consumido carne y huesos y no había sentido dolor porque sus nervios estaban derretidos por la misma causa. Un equipo de médicos trató de rescatar lo insalvable, de remover la carne putrefacta que colgaba a jirones verduzcos de su cara y de reconstruirle una nueva mandíbula, pero el daño era tal que el radio ya había desintegrado la mayoría de sus órganos internos y causado múltiples tipos de cáncer, su cráneo presentaba diferentes agujeros.
Entre agosto y septiembre de 1931 se intentó por todos los medios de salvar su vida y frenar el paso de la radiación.
Al final de su vida se promedió que tomó un aproximado de 1400 botellas de agua con radio, lo cual resulto fatal. Murió en 1932 a sus 51 años y fue sepultado en un ataúd de plomo debido a los altos niveles de radiactividad que despedía su cuerpo.
Y para el inventor de esta arma mortal disfrazada de medicina milagro, William Bailey el destino no fue diferente o menos trágico, murió de cáncer de vejiga en 1949 y 20 años después al exhumar su cuerpo los investigadores médicos se toparon con el interior del féretro destrozado por la radiación y los restos mortales del doctor aun calientes.
Hasta el final de sus días defendió a Radithor e incluso intentó venderlo con otro nombre cuando las autoridades le advirtieron que era peligroso y debía suspender su fabricación y venta.
En 1965 el cuerpo de Eben Byers fue exhumado y se descubrió que después de casi 30 años, su cuerpo aún seguía siendo extremadamente radiactivo y lo seguiría siendo por muchísimos años más.
Queridos y maldecidos lectores, cadáveres, y almas en pena... Ya es septiembre.
Y con ello nuevas sorpresas en la revista, en Reportum Pandemonium y en el centro mismo del infierno.
Tenebris C.
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