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Leanan Sidhe

Más allá de la noche

Fue un jueves por la noche cuando decidí unirme a los caudillos de Miguel Hidalgo.

Durante un mes se hacían diferentes reuniones por la noche y yo junto con otros 2 criados me encargaba de vigilar desde una casa contigua que nadie más apareciera por esos rumbos y si veíamos algo extraño se tenía que hacer la señal de peligro.

Desde que conocimos a la dueña de la casa donde tendríamos que estar vigilando, su presencia nos pareció muy inusual, no era española ni criolla ni mestiza, venía de Rumania, se había casado con un soldado español desde que era muy joven y juntos vinieron al nuevo continente para tener “mejores oportunidades”. Sin embargo se había quedado sola al poco tiempo de pisar Nueva España. Nadie sabía lo que le había pasado a su marido, solo de un día para otro dejaron de verlo y ella dijo que se había fugado con una mestiza muy guapa y más joven que ella a la ciudad de Nueva Galicia. Hasta la fecha nadie dudó de esa explicación pues es muy común que los hombres huyan con sus nuevas conquistas.

La Rumana se llamaba Nicoleta era extremadamente hermosa y tenía unos 40 años, su piel era tan blanca como la leche y podría jurar que sus ojos eran color vino, pero la vi muy pocas ocasiones y nunca se acercaba a la gente. Se decía que no salía durante el día, todas las ventanas de la casa se encontraban cubiertas por telas oscuras y muy pesadas, también por ello era el escondite perfecto para nuestra labor. Nunca supimos cómo se mantenía sin trabajo ni marido, al parecer venía de una familia muy rica en Rumania y cada año llegaba un barco con víveres y artefactos específicamente para ella.

Tampoco sus criados llegaban a conocerla demasiado porque cambiaba cada mes de servidumbre excepto por uno de ellos que se dice es su mayordomo de nacimiento, cuando los demás comenzaban a acostumbrarse a la rutina, ella les pedía dejar su trabajo y volvía a contratar nueva servidumbre, nunca contrataba a los mismos. Muchos se preguntaban por qué hacía eso y se rumoraba que quizá era una bruja que necesitaba hacer encantamientos cada fin de mes, pero yo nunca la percibí como tal, tenía cierta presencia maligna pero no se veía que practicara hechicería, además, las brujas siempre resultan estar acompañadas por animales como gatos, perros, gallinas y yo nunca vi animal alguno en su casa, ni siquiera había ratas, que era lo más común ver, rondando por la colonia.

Estuvimos vigilando casi un año durante el cuál fuimos conociendo un poco más a la dueña, en una ocasión uno de los criados que vigilaba conmigo me contó que quería poseer a la señora Nicotela, me pareció muy inapropiado ya que nosotros estábamos muy por debajo del nivel de la dueña, sin embargo él me dijo que en varias ocasiones ella le había estado observando de manera muy provocativa y que solo por ello sentía que tenía una oportunidad con ella.

Fueron varias noches de desidia para mi compañero hasta que hoy por fin decidió dar el siguiente paso, nos tuvimos que rolar su lugar mientras él hacía de las suyas.

Ya habían pasado algunas horas hasta que comenzamos a preocuparnos del paradero de mi compañero, así que decidí ir a checar que todo estuviera en orden.

Me asomé con cautela pero en el cuarto principal todo estaba cubierto, era muy difícil intentar ver algo más allá de la puerta.

No tenía mucho tiempo parado en ese lugar cuando un grito me heló la sangre, sin duda era mi compañero, el grito sonaba a desesperación y miedo, “No, por favor, se lo ruego, por favor no lo haga, no me coma”.

Como pude golpeé la puerta con todo mi cuerpo para intentar abrirla, pero fue en vano, estaba hecha de un material muy resistente y solo logré lastimarme el hombro. El ruido que hice al querer abrir la puerta hizo que el mayordomo principal de la dueña corriera donde me encontraba, sus ojos eran negros y brillosos, en ellos se veía el deseo y el terror mismo, de su boca salieron unos enormes colmillos, parecía un lobo enfurecido, sin embargo su cuerpo seguía siendo de un humano. Me agarró con fuerza y me condujo dentro del cuarto, caí al suelo y un charco de sangre logró ensuciarme gran parte de la ropa, intenté pararme pero estaba muy débil, al caer me había golpeado la cabeza y sentía como empezaba a desmayarme, dos sombras se acercaron con cautela y solo pude percibir sus enormes colmillos blancos y afilados.

Sentía como iba perdiendo gran parte de mi sangre mientras una voz femenina pronunciaba las siguientes palabras:

“Tendré que decirle a Hidalgo que el trato se ha terminado.”




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