Olláparo
Autor: Pilar Alvarellos Lema
- ¡Ajos, por favor! -le pidió al vendedor de la única tienda que había en el pueblo.
El hombre miró detenidamente a aquel muchacho y le preguntó a dónde iba. El
joven le dijo que a subir a la cima de la montaña Penalonga. El vendedor guardó silencio
durante unos instantes, luego le preguntó para qué quería los ajos. El muchacho lo miró
desconcertado, pensando que aquel hombre le estaba tomando el pelo.
- ¿Acaso no lo sabe? - le instó. Dicen que allá arriba hay demonios. He de llevar
ajos para ahuyentarlos.
El vendedor le puso una ristra en una bolsa. Pero se vio en la necesidad de alertarle
de lo que le podría pasar si subía a aquella montaña. Así que lo hizo pasar a la trastienda
y le contó una historia que el joven ya había escuchado a alguna gente del pueblo.
-Allá arriba en las montañas, vive un gigante, lo llaman Olláparo. Es muy feroz,
salvaje y con un gran apetito. Tiene un ojo en medio de la frente, aunque algunos
aseguran que también en la nuca. Come carne, tanto humana como de animales, y vive
en las cavernas de la montaña. ¿Entiendes lo que te quiero decir?
El muchacho asintió. Unos ajos no le harían nada a aquel ser. De todas formas,
cogió la bolsa y se fue.
El joven, una vez salió de la tienda con la bolsa de ajos en la mano, se dirigió al
hotel donde se había alojado el día anterior. Se cambió de ropa, preparó una mochila
con lo necesario para subir a la cima de la montaña y se subió a su todoterreno
esperando regresar al hotel al anochecer. La cámara de fotos descansaba en el asiento
del copiloto. Por el camino iba dándole vueltas a lo que la gente del pueblo, incluido el
vendedor, le habían contado sobre aquel ogro que habitaba en las cuevas más profundas
de la montaña: el Olláparo.
Había un dato que lo carcomía por dentro y no podía quitar de la cabeza. El hombre de la tienda le había dicho que los ajos no servían a lo hora de ahuyentar a aquel ser diabólico. Era la única persona con la que había hablado del pueblo que pensaba eso, y habían sido muchos. Por lógica tenía que estar equivocado.
También cabía la posibilidad de que el vendedor, fuera el único conocedor del tema.
Decidió no pensar más ello o se volvería loco. Dejó el coche en la llanura, se colgó la cámara al cuello y se dispuso a subir la montaña. Después de un par de horas caminando, hizo un pequeño descanso, todavía le quedaba un gran trecho para poder culminar la cima.
Bebió un poco de agua, se tumbó y cerró los ojos, con la única idea de descansar unos minutos.
Estaba contento, había realizado unas buenas fotos del entorno.
Pero le faltaba la más importante y que le impulsaría en su carrera de fotógrafo, la de
aquel ser. La tierra empezó a temblar, con tal fuerza, que pensó que se trataba de un terremoto. Se levantó sobresaltado, miró a su alrededor intentando encontrar un sitio dónde ponerse a salvo. Entonces lo vio, a lo lejos, acercándose a grandes zancadas. Se escondió tras una gran roca. Pudo ver como un ogro de un tamaño descomunal, con un solo ojo en la frente, bajaba por la ladera. Estaba cubierto de cerdas similares a las que tienen los jabalís. Presentaba un aspecto sucio y desaliñado, con melena y barba pelirrojas, tan largas que les llegaban a las rodillas. Estaba tan cerca que hasta pudo ver las hileras de enormes dientes que poblaban su boca. Las manos eran muy grandes y cada una de ellas tenía diez dedos. No pudo evitar el grito de terror que salió de su garganta ante aquella macabra visión. Aquello fue el detonante que le llevaría a un fatal desenlace.
El gigante giró la cabeza y se acercó hacia la piedra donde el muchacho estaba escondido. La levantó con una facilidad pasmosa, como si se tratara de una pequeña piedra y la lanzó lejos. Lo agarró con una de sus grandes y peludas manos y lo observó detenidamente con su único ojo.
El muchacho sintió el fétido aliento de aquel monstruo en su cara cuando abrió la boca.
Después de eso, la oscuridad más absoluta.
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