Quiltras y sus voces
Arelis Uribe llegó a la Morgue cargando una bolsa de cuentos.
La recibimos en la puerta de la entrada, todos le dimos la bienvenida, sin embargo ella no nos habló, continuó caminando hasta que llegó al final de la Morgue y salió al jardín. Yo la seguí y la vi cómo trepaba un árbol
Subí con ella y juntas sacamos los cuentos que estaban dentro de su bolsa, cada cuento tenía la voz de una mujer distinta y ella quería darles vida colocándolos en las ramas.
Mientras colgábamos los cuentos hablamos sobre cómo el mundo es percibido de forma distinta cuando eres una mujer, hablamos del transporte, de viajes, pero lo que más me marcó fue sobre esos secretos que se saben pero que se conservan como un dolor del que nadie habla.
Nos abrazamos y le doné un poco de mi voz, de esa voz de la chica antes de usar la máscara, luego desde arriba comenzamos a leer los cuentos de su libro.
Quiltras, como ahora ya sé, hace mención a las perras sin raza que vagabundean por la calle; conocidas en su libro como esas chicas que tienen que pelear por encontrar un lugar en el mundo. Conocí gracias a ella, más de ese universo urbano con distintos modismos donde todo suena tan real que parecía que hablaba con una amiga pero tan triste que me provocaba abrazarla.
Durante la lectura repasamos esos sueños de la infancia de escapar y de un mejor futuro, de cómo nos creímos la promesa de que si estudiábamos íbamos a llegar más lejos, reímos al vernos a las dos sentadas sobre un árbol que había crecido en la Morgue.
Terminamos de darle voz a todas las niñas de esos barrios de Chile por los que ella caminó hasta llegar aquí y bajamos juntas del árbol.
Se fue con un pedazo de mi voz en una hoja y con la promesa de que los cuentos de esas chicas florecerían aquí donde todo ha muerto.
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