SEMBRADO SINIESTRO
Una pareja de turistas que recorrían la zona rural de nuestro pueblo, se horrorizó al encontrar en el predio de una vieja iglesia semiderruida un sembradío muy especial:
de la tierra asomaban piernas y brazos humanos, en distintos grados de descomposición, sobre los que las aves carroñeras sobrevolaban para conseguir un pedazo de carne, entre un enjambre de tornasoladas moscas que zumbaban como la banda de sonido de una película infernal.
Una vez sobrepuestos al asco, la repulsión y el espanto de la abominable escena, buscaron la comisaría para denunciar el terrible hecho.
Contreras, mi amigo, les tomó declaración, y envió agentes a inspeccionar el área.
El comisario, con esta información, obtuvo una pieza de un rompecabezas que venía mortificando a la policía de varios pequeños pueblos zonales, donde se violaban tumbas de sus cementerios, y mutilaban los cadáveres despojándolos, precisamente, de brazos y piernas.
Al día siguiente de la amarga experiencia de los turistas, un hombre muy alterado se presentó a la comisaría para hablar con mi amigo.
—¿A qué se refiere, caballero? —preguntó Contreras, intrigado.
Entonces Donato le contó su trágica experiencia.
Hacía unos años, bastante pasado de copas, había causado un accidente automovilístico, del cual, desgraciadamente, una niña perdió una pierna, y otro pequeño, un brazo.
Si bien había cumplido con la ley en lo que a castigos se refería, y no volvió a probar nunca más una gota de alcohol, la culpa lo atormentaba noche a noche, buscando en su mente insomne una manera de remediar su terrible accionar y sus consecuencias.
Sabía que los niños habían crecido, y que llevaban prótesis que les permitían hacer una vida normal, pero eso no lo consolaba: él quería devolverles de alguna forma los miembros amputados por su acto irresponsable.
Empezó a investigar en tratados antiguos de magia, ocultismo, espiritismo y brujería.
Encontró en internet un enlace que lo condujo a un grupo de personas que practicaban las artes oscuras, y, entre consejos malsanos, información de otros siglos, y su cargo de consciencia macerado en insomnio y desesperación, creyó haber encontrado la solución a su problema moral.
Según sus estudios, y los consejos del nefasto grupo de la web, sacó la conclusión de que si obtenía miembros de cadáveres, y los “sembraba” en tierra consagrada, regándolos con agua bendita, los brazos y piernas serían aptos para ser trasplantados a los jóvenes mutilados, recuperando así lo que él les había quitado desde su vicio e irresponsabilidad.
Indignado, la noche de luna llena que le tocaba recitar oraciones en latín mientras regaba su “sembradío”, encontró el campo lindero a la iglesia vallado y con custodia policial, arruinando su trabajo de meses.
Luego de contar su disparatada denuncia, llorando, le rogó al comisario que le despejara la zona, porque aún estaba a tiempo de conseguir que prosperara su labor, ya que continuaba el plenilunio.
Además, agregó, entre amargas lágrimas, que seguramente los fantasmas de los cuerpos profanados lo dejarían en paz cuando vieran terminada su obra, porque lo acechaban horriblemente por las noches, con sus terroríficas presencias.
Contreras, entendiendo que no estaba frente a un delincuente, sino ante una persona que había perdido la razón por los remordimientos, me llamó para que yo viera cuánto había de cierto con el “asunto de los fantasmas”.
Le dijo a Donato que se tranquilizara, que ya solucionarían la cuestión, y le pidió que esperara un rato en una oficinita.
Mientras me dirigía hacia allí con mi querido asistente, Tristán, el hombre no paró de llorar afligido.
No bien llegamos, el comisario nos presentó, y Donato nos repitió su historia.
—Vamos por partes, caballero. Veremos primero el tema de los espíritus que lo atormentan…
—Están enojados, porque les corté a sus cuerpos las partes que necesitaban. Sé que tienen razón, pero ellos ya no las pueden usar, y yo quiero ayudar a los chicos mutilados por mi maldita estupidez…
No bien terminó de hablar, como llamados por una fuerza infernal, los espectros se materializaron, mostrando sus caras más horrorosas. Era una pesadilla monstruosa: los rostros agusanados, las encías y lenguas negras, ojos purulentos rezumando ponzoña verdosa, y un gesto de cólera que hubiera espantado al mismo Satanás.
Donato empezó a gemir angustiado.
El comisario Contreras, pálido como un velo de novia, se persignó temblorosamente repetidas veces.
Con Tristán, impusimos nuestras manos en dirección a los entes, captando el odio por la profanación que sufrieron.
—Nos disculpamos, en nombre de Donato. Les prometemos restituir las partes sustraídas a sus tumbas, y les rogamos que abandonen las emociones negativas. La paz del eterno descanso les espera. ¡Es un juramento de honor!
Luego de que yo hablara, Tristán tomó la palabra, relatando los motivos por los cuales Donato había incurrido en las acciones que los había ofendido, pidiéndoles nuevamente disculpas, e invitándolos a dejar atrás este plano.
Los espectros se miraron entre ellos, conmovidos. Asintieron. Sus rostros ya no eran un horror de pesadilla. Solo mostraban la imagen de gente muerta, dispuesta a marcharse.
Y así lo hicieron, mirando a Donato fijamente, con lástima por él. Se esfumaron, luego, en una bruma iridiscente, dejando caer objetos metálicos: eran dijes de plata con formas de piernas y brazos. Un solo dije era diferente: representaba una botella de licor, y estaba ennegrecido…
Donato sollozaba desconsolado.
El comisario, viendo que estaba al borde de una crisis nerviosa, lo tranquilizó, le hizo tomar un té caliente, y le pidió que descansara en el catre de una celda, prometiéndole que todo se solucionaría.
El pobre hombre, luego de un largo período de tiempo sin dormir, cayó exhausto.
Tristán le pidió al comisario los datos de las víctimas del accidente, y una vez obtenidos, se marchó, rogándonos que lo aguardáramos.
Así lo hicimos, y para nuestro asombro, volvió acompañado de dos jovencitos.
En Natalia no se notaba su prótesis bajo sus jeans, pero en Roberto era notorio su brazo ortopédico.
—Vinimos porque el señor Tristán nos contactó, y nos contó lo ocurrido. Nuestros padres nos dieron permiso para llegarnos con él hasta aquí. Queremos hablar con Donato…
Contreras fue a despertar al hombre, que, al ver a los jóvenes, se puso a llorar nuevamente.
Natalia tomó la palabra.
—Señor, entendemos que lo que ocurrió fue un desafortunado accidente. Hemos sufrido mucho, en su momento, pero lo superamos. Nos adaptamos muy bien. Nuestros padres y entorno en general nos ayudaron mucho. No nos sentimos discapacitados.
Queremos decirle que no tenemos rencor hacia usted. No deseamos que sienta culpa. Sabemos que se dio cuenta de su error, que no volvió al alcohol.
Si nosotros lo perdonamos, ahora debe perdonarse usted…
Donato los abrazó, sollozando, liberándose de una carga que lo había aplastado durante años.
Una vez que se retiraron los muchachitos, el comisario llevó a Donato a una clínica psiquiátrica, para que lo apoyaran y ayudaran a reincorporarse a la realidad, sin locas ideas de ocultismo y magia negra.
Por lo que sé, el hombre se recuperó, y ayuda en grupos de adicciones como mentor.
Los dijes de plata están ahora en mi colección. Cuando veo la pequeña botellita de licor ennegrecida, no puedo dejar de tener en cuenta qué mala combinación es el alcohol con el volante: las piernas y brazos de plata me lo dicen a los gritos con su brillo.
Pueden pasar por La Morgue, y ver los dijes, y todos demás objetos de mi colección, y escuchar sus historias.
Aprovecho para recordarles que, si beben, no conduzcan. Puede que si lo hacen, terminen en mis manos, oficiando sus velatorios.
Buen fin de semana…
Edgard, el coleccionista
@NMarmor
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