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Cadáver de la Morgue

Vorágine de ira

Autor: Damaris Gassón


La ira todo lo consume; es como un incendio en la mente que se abre paso y deja tras de sí una línea muerta de cenizas y destrucción, y al igual que el fuego, avanza muy rápido. Yo no sabía que la ira me estaba manejando, hasta que me di cuenta que cada espacio de pensamiento en mi cerebro estaba teñido por la rabia y ya no era capaz de tener paz o alegría, incluso era tan fuerte el sentimiento, que estaba eclipsando a la depresión y la desesperación. Mi cabeza era una fogata y sólo bastaría un pequeño detonador para que todo volara en pedazos.


En la escuela secundaria nunca he sido muy popular: latino y un tanto obeso, una combinación desafortunada en Estados Unidos de América. Pero siempre he tenido buen carácter, afrontaba las burlas con humor y hasta con cierta filosofía, todo pasa. Empecé a cambiar a raíz de un suceso un tanto extraño: cada vez que miro de reojo hacia la izquierda, veo una pequeña criatura negra con cuernos. Cuando enfoco la mirada de frente desaparece, solo es con la visión periférica que la puedo mirar y pareciera ser un demonio. Me sigue a todas partes, duerme y se baña conmigo. No lo he visto comer, pero sí molesta al gato de mi mamá. Ahora se añade a mis supuestos defectos el que estoy loco, y el nivel y calidad de las burlas se ha vuelto insoportable.


En mi casa el ambiente se está poniendo muy tenso. Mi padre no era un bebedor empedernido, pero ahora que lo echaron del trabajo, se la pasa tomando con los amigos, y cuando llega a casa se pone a pelear a gritos con mi madre hasta altas horas de la noche. Todo esto con el coro de llanto de mis hermanitos, que asemeja una ópera con la tragedia de fondo. La situación le divierte mucho a Pepe (de algún modo debía llamarlo), lo veo partirse de risa, y pareciera que se hace más grande y más visible a medida que mi rabia crece.


El colofón de toda esta situación es que la única novia que he tenido me dejó por mi supuesto mejor amigo. Sé que no soy nada atractivo, y el haberla perdido me deja solo de un todo. Pepe está que explota de la alegría con esto, brinca y da volteretas, puedo oír sus carcajadas con toda claridad, pero aún se mantiene del lado izquierdo de mi visión, no se deja ver de un todo, aún no.


Por tanto, lo único que ahora me queda es Pepe. Hablo con él a todas horas. Se muestra comprensivo y empático y entiende perfectamente el por qué de que la rabia me inunde de esta forma. Me dice que la única solución viable es la venganza: ̶ Limpia tu honor, no seas un cobarde, hazles pagar cada burla, quiero ver que lo hagas ̶ . Y aunque me debato en la idea de si hacerlo o no, la presión de Pepe y la rabia que me consume me llevan a concretar un plan para llevarlo a cabo. Creo que estoy cruzando la línea: si para algunos no es claro cuando la cruzan, para mí sí, pues es justo en este momento.


Así que aquí estoy. Conseguí una pistola por medio de la banda que opera en el barrio y pienso acabar con todos en la escuela. No narré todo lo que siento para justificarme, solo cuento los hechos y ya, muchas gracias. Pepe brinca e incluso se le cae la baba de lo excitado que está. Entro en el que fuera mi salón, y a la primera que le disparo es a mi exnovia, sigo con el resto de mis compañeros y el profesor de Biología, que tuvo el infortunio de dar clases este día. Mientras disparo, Pepe brinca de un lado al otro, y pareciera que se traga una especie de vapor que sale de la boca de los moribundos, como si se estuviera alimentado... ¿De sus almas?, ¿Será esto posible?


Escucho las sirenas de la policía que vienen en camino. Han tardado, he disparado en dos aulas más. Antes de que lleguen, pienso suicidarme, es lo justo. Cuando coloco el arma en mi sien izquierda puedo ver a Pepe de frente, ya es de mi tamaño y se parece a mí: un rostro redondo y un tanto fofo, pero no creo tener esa expresión de odio malicioso, de avidez, de hambre. ¿O si la tengo? Todo es tan confuso, ahora su rostro crece y se expande como si se tratara de un fuego fatuo, saca su lengua, sonríe y se burla. Antes de que se detone el arma me besa y me dice: ̶ Gracias Eduardo por darle tanta sazón a tu alma, nos vemos allá abajo ̶ .





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